A partir de una conversación de hace algunos meses con Alejandro Piscitelli, en el marco de la 8ª Reunión de la Media Ecology Association que se celebró en el TEC de Monterrey del Campus del Estado de México, se nos ocurría un símil interesante que, de alguna manera, ilustra la transformación que afecta –o afectará progresivamente- a la figura del profesor a todos los niveles educativos. Y especialmente a los profesores universitarios.

Algunas semanas después de aquella conversación, repasaba una entrevista que publicamos en la Global University Network for Innovation (GUNI) con Marco Antonio R. Dias, uno de los asesores y representantes de la Universidad de las Naciones Unidas y anteriormente muy involucrado en la división de Educación Superior de la UNESCO. Decía Marco Antonio Dias, en referencia a la evolución del rol y de las funciones de los profesores universitarios:

Es evidente que con la evolución de las nuevas tecnologías (…) muchas cosas han cambiado y van a cambiar. Por ejemplo, está el caso de Internet y su uso en la organización de la vida académica. Actualmente los profesores ya no son los depositarios exclusivos del conocimiento, porque hay estudiantes que tienen una posibilidad de acceso a éste tan o más grande al tener más tiempo y saben manejar mejor las tecnologías. (…) A partir de aquí, la función de los profesores debe ser distinta. En primer lugar, deben tener un conocimiento base de la disciplina, pero sabiendo dónde ir y cómo orientar. Por tanto, y en segundo lugar, tienen que ser más orientadores que proveedores de conocimientos.

Con Piscitelli coincidíamos en que el papel del profesor (universitario) como guardían del acceso al conocimiento toca a su fin. Venimos de un modelo donde la figura del docente poseía los códigos de acceso, el conocimiento especializado, que le permitía acceder a un tipo de contenidos que después transmitía, dosificándolos poco a poco, con cuidado y atención a sus alumnos. El profesor era el encargado de des-cubrir, para los alumnos, una información y un conocimiento que los alumnos no sabían cómo encontrar ni cómo interpretar. Es cierto que había bibliotecas y libros en muchos lugares, pero el camino para acceder al conocimiento era mayoritariamente a través de la figura mediadora y posibilitadora del profesor. El libro siempre ha sido un interfaz de acceso al conocimiento sólo para iniciados, poco atractivo, usable e interactivo, en comparación con otras formas más contemporáneas de acceso a la información.

En cambio, en la actualidad, esta hegemonía –al menos en la práctica- en el acceso a las fuentes del conocimiento se ha venido abajo. El alumno tiene una mayor facilidad para llegar a la información en muchos formatos que no son necesariamente el del libro. De hecho, es frecuente que el alumno tenga un conocimiento mayor y más eficaz que sus profesores para decodificar e interpretar los nuevos interfaces de acceso al conocimiento. Hablo, fundamentalmente, y como es evidente, de Internet. Y esto supone una auténtica revolución en los esquemas formativos que han regido la lógica y el funcionamiento de los procesos de aprendizaje formal.

Aquellos días en el TEC de México, una profesora me preguntaba qué hacer con los alumnos que le entregaban trabajos basados y copiados casi exclusivamente de la Wikipedia. Es una pregunta cada vez más frecuente que enlaza directamente con lo que estaba planteando hasta aquí: ¿qué hacer con los alumnos que acceden directamente a unas fuentes de conocimiento que compiten con la figura –tradicional- del profesor?

Sin embargo, no es una pregunta realmente nueva. Yo mismo recuerdo perfectamente haber hecho un trabajo escolar sobre la vida y milagros de Goya copiando el 90% del contenido de la enciclopedia “juvenil” que los mismos profesores recomendaban a nuestros padres que compráramos. Recuerdo el proceso de mecanografiado, lento, precario e impreciso, de cada palabra. El abuso de la tinta blanca de borrar los tachones. El laborioso proceso de trascripción, de dudosa utilidad para mi aprendizaje real, pero ciertamente costoso. No existía ningún problema, por aquel entonces, en copiar un trabajo de la enciclopedia. Pero en cambio, ahora sí lo hay en copiarlo de la Wikipedia. ¿Qué es lo que se valora realmente? ¿La habilidad de mecanografiar por encima de usar el “CTRL+C + CTRL+V” (copiar y pegar)? Más allá de una concepción masoquista de la educación, donde el alumno debe esforzarse más (da igual en qué), no creo que haya ningún valor pedagógico intrínsecamente más deseable en la práctica de escribir a máquina que en el de copiar-y-pegar un texto. No debemos confundir el culto a los libros con el culto al conocimiento, que es lo que realmente deben cultivar e incentivar los sistemas educativos y los docentes.

Supongo que el origen de la preocupación de los profesores se debe realmente al hecho de haber perdido la hegemonía en el acceso al conocimiento respecto a sus alumnos. Y lo que es aún más relevante: la capacidad para discernir y juzgar el valor, el mérito y la relevancia de aquello que les presentan en sus trabajos académicos. Se está diversificando y democratizando el acceso a la información y eso amenaza uno de los pilares en qué se sustentaba la relación profesor-alumno. Y esto es más inquietante aún si nos fijamos en que se trata de un proceso que apenas está empezando.

Ahora, en el mejor de los casos, el profesor se ve obligado a compartir sus fuentes de información con sus alumnos. En el peor de ellos, sus fuentes son diferentes o incluso desconoce cómo funcionan las que manejan sus alumnos. Con el agravante de qué, además, como interfaces de gestión del conocimiento, los libros –en tanto que referente preponderante del almacenamiento de conocimiento pre-revolución-digital- son extraordinariamente más limitados que un portal o un buscador web.

Así pues, ¿de qué manera se ve alterado el rol del profesor? El profesor ya no es un des-cubridor del conocimiento, sino que debe convertirse en uno de sus intérpretes. El más importante de todos, posiblemente. De manera que es urgente que el profesor recupere su ascendente en la gestión del conocimiento dentro del aula. Esto no lo conseguirá aportando un volumen mayor de información, sino dándole a ésta un criterio, aproximándolo y haciéndolo pertinente para sus alumnos, acercándolo a sus propias vidas, a sus entornos y a sus contextos vitales.

Para conseguirlo, necesitará indefectiblemente dominar las nuevas herramientas de gestión de la información y el conocimiento. Tan bien o mejor incluso que sus alumnos. Tan bien o mejor incluso de lo que conocía y dominaba el conocimiento cuando éste se almacenaba y consumía mayoritariamente en libros. Y es urgente que lo haga no sólo para poder seguir llevando a cabo su función docente, sino que, además, ante el alud de información disponible que ofrecen las TIC, el criterio, la orientación entre tanta información son más necesarios que nunca.

En este sentido, se hace necesario que el profesor aprenda y ponga en práctica las TIC, de forma tan experta como le sea posible. No hacerlo es una manera de minar su personalidad, su rol y su autoridad dentro del aula. Una autoridad que ya puede basarse en el volumen de información aportable, sino en la forma de interconectarlo, de interpretarlo, de hacerlo relevante. Es decir, debe practicar la inteligencia, inter-leyendo entre textos, hipertextos y todo tipo de soportes. Su autoridad se sustentará en el criterio y, en última instancia, en la superioridad ética y moral que deberá ponerse en práctica y enseñarse dentro del aula. Para ello, deberá recurrir a todo tipo de portales, inventos, webs, modas, ocurrencias, etc. Podrá hacer una clase con un weblog, o elaborarla a partir de videos de YouTube, de presentaciones de SlideShare, a través de grupos y redes fidelizadas de Facebook o MySpace o podrá convertirlas en descargables en podcast o cualquier otra forma de hibridación formal en la que su voz sirva para dar coherencia y criterio a muchas otras voces y fuentes de diversa procedencia. Voces y fuentes disponibles también, originalmente, para los alumnos, accesibles, pero que adquieren su sentido gracias a la figura del profesor.

Durante siglos, el profesor ha actuado como una especie de director de orquesta. Sólo él disponía de la partitura y del acceso a los instrumentos. Según su criterio, hacía sonar de una forma u otra la melodía del conocimento, para que su audiencia, capacitada solamente para seguir la canalización del profesor, pasiva y sumisa, escuchara y se dejara ilustrar por su composición o participara, en momentos concretos, usando algún instrumento concreto ofrecido por el profesor y bajo su supervisión. Este esquema se ha acabado. Se ha abierto. Se ha desmonopolizado. La audiencia ni está quieta ni es pasiva. Al contrario: corre el riesgo de aburrirse. Tiene tantos instrumentos a su disposición como el propio profesor y es capaz de hacer ruido con ellos. Sin embargo, le resulta muy difícil elaborar con todo ello melodías coherentes y maduras. Ahí es donde surge la auténtica necesidad y función del profesor, en la era digital de la desmesurada abundancia informativa.

El nuevo profesor no tiene más remedio que abandonar el púlpito y convertirse en un DJ (disk-jockey). Aprender a tomar de aquí y de allá para construir, de esta forma, nuevas melodías con más sentido, con nuevas coherencias. Ante la extensísima cantidad de posibles fuentes de información que existen hoy en día, la nueva responsabilidad del profesor consiste en elaborar narraciones y composiciones relevantes para su alumnado. Las nuevas clases, las nuevas conferencias, tomarán la forma de un patchwork heterogéneo, de diversas fuentes, formatos y procedencias. El modelo jerárquico dentro del aula y en el sistema educativo continúa teniendo todo el sentido del mundo, pero no podrá sustentarse en el hecho de disponer un volumen mayor de información sino, por encima de todo, por tener el criterio necesario para discernir cuál es la relevante, cuál marca la diferencia y cuál es el mensaje y los valores necesarios para la formación de los alumnos. Aquí encontraremos la nueva misión del (DJ) Profesor.

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La versión en español de este artículo ha sido preparada en febrero de 2007 para su publicación en la revista electrónica Razón y Palabra, para su número 60.