Abstract / Resumen
La metodología etnográfica y la disciplina antropológica, al aplicarse a contextos de investigación cibersocial, se encuentran con una gran cantidad de información aparentemente trivial, efímera y prescindible. Las conversaciones vacías e intranscendentes constituyen un porcentaje muy elevado de la sociabilidad electrónica que atiborra el ciberespacio. Este hecho puede tener consecuencias en las técnicas y los métodos de investigación en etnografía virtual: al trivializarse y vaciarse de seriedad, podría parecer que se impugna la validez de la propia etnografía. Así lo hemos intentado mostrar a través de un breve paseo por la experiencia de trabajo de campo del autor. Sin embargo, tal y como se intentará argumentar en esta comunicación, esta cháchara minúscula constituye, en realidad, un factor sociológicamente fundamental de la sociabilidad electrónica. De hecho, consideramos que en la rabiosa banalidad de esta sociabilidad radica su verdadera relevancia social, como se intenta aducir con una reinterpretación, al final del texto, de la idea de ágora electrónica.
La sociabilidad, como forma inmediata y cualitativa de lo social, asegura el privilegio de un pensamiento descriptivo susceptible de ser entendido por todos aquellos que no esperaron al sociólogo, ya se trate de novelistas, ya se trate de periodistas o cineastas. Resulta igualmente claro que la formación urbana del investigador requiere una modificación de su mirada que debe ser ante todo ingenua, que debería captar las cosas mismas fascinada por lo social in statu nascendi, como diría Simmel. En definitiva, este movimiento acelera el trabajo de duelo de la sociología estructural y refuerza la tentación literaria.
Isaac Joseph (1988: 25)
1. Etnografías de la banalidad
A mediados de los años noventa, plantearse una investigación antropológica o etnográfica sobre el ciberespacio o sobre Internet se consideraba aún, como mínimo, algo inusual. Al menos, en contextos académicos no-anglosajones. Sin embargo, la pujanza del fenómeno, su progresiva presencia en todos los ámbitos de la vida, su creciente uso para finalidades personales y sociales, y, en definitiva, su definición cada vez más clara como un producto y un espacio cultural, y no meramente tecnológico, lo han ido convirtiendo en un objeto y en un contexto de estudio de las ciencias sociales en general y de la antropología en particular.
Ya hace años que las ciencias sociales han empezado a comprender Internet como una tecnología cultural, y que el ciberespacio es, aunque sintético, un espacio social de pleno derecho (1). Un espacio social tremendamente sui generis, con una serie de particularidades muy concretas y especiales, pero espacio social practicado (Certeau, 1988) sin ningún tipo de duda, rabiosamente inquieto, excepcionalmente efímero, radicalmente urbano.
Así pues, superado este obstáculo y la extrañeza de un objeto de estudio cibernético en una disciplina con tan clara vocación clasicista -e incluso resistente-, como la antropología social/cultural, la investigación etnográfica podía llegar al ciberespacio. A esto –cibercultura, cibersociedad, antropología del ciberespacio- dediqué algunos años de investigación etnográfica y práctica antropológica y a ello dedico estas páginas y reflexiones, subrayando sobre todo aspectos de tipos metodológico y disciplinar.
En mi propio proceso de definición, realización y posterior presentación de resultados de mi investigación etnográfica sobre el ciberespacio, este primer periplo se superó con más o menos facilidad. De hecho, la antropología y la etnografía son espacios epistemológicos donde lo raro tiene mucha más cabida que en la mayoría de disciplinas sociales. La etnografía y la antropología permiten, precisamente, abordar nuevas temáticas sociales y fenómenos emergentes con mucha más flexibilidad que otras áreas de conocimiento.
En realidad, la antropología, a la vez que romanticona y clasicista, alberga también (cada vez más, especialmente en contextos urbanos) una marcada tendencia a la extravagancia temática que, en la mejor de las lecturas gremiales, puede permitir considerar la etnografía como una metodología con gran capacidad de análisis e interpretación sobre lo innovador y sobre la innovación.
Así, en definitiva y volviendo a mi propio periplo, la sorpresa inicial no tarda mucho en convertirse en algo más o menos previsible e incluso convencional. De hecho, la antropología cibersocial y la etnografía virtual manejan un conjunto de herramientas y referentes metodológicos bastante parecidos al resto de antropólogos y bastante constantes a lo largo del tiempo. Tarde o temprano, todos acabamos citando a Lévi-Strauss y Malinowski, hablando de estructura social y de cultura… aunque sea allá en el ciberespacio…
Superado –o vadeado- pues el asunto de la extravagancia de mi research topic y metido ya de lleno en el proceso de investigación, un segundo obstáculo disciplinar y metodológico apareció en mi camino: la aparente banalidad del tema. Rodeado por investigadores enfrascados en grandes temas sociopolíticos, densas elucubraciones teóricas o distantes viajes de caza mayor etnográfica, una investigación sobre lo social en línea, sobre la sociabilidad electrónica, parecía un capricho menor.
Así, el trabajo de campo online se iba descubriendo como una larga travesía sin destino ni aparente sentido, hecha de días y días en charlas tecleadas intranscendentes. Mis primeros pasos en el campo me llevaron a las salas de chat que se mostraron ante mí como una sucesión de cháchara, chistes y chismes. La ligereza de las conversaciones, su fragilidad, su inconstancia, etc., me daban una primera impresión del ciberespacio como algo que era, definitivamente, poco serio. Al menos, lo que la gente hacía allí, en la medida en que podía o sabía, tenía un marcadísimo tono lúdico. Debo reconocer que aunque inicialmente el asunto me divirtió, al cabo de algunas semanas, me empecé a inquietar, metodológicamente hablando: ¿podría sacar una tesis de ahí?
Por suerte, lo aparentemente minúsculo tiene un recorrido lo suficientemente mayúsculo en las ciencias sociales. Las etnografías de la escuela de Chicago (2) me sirvieron para encontrar la contextualización y el espaldarazo bibliográfico necesarios para entender que una etnografía puede contener páginas y páginas de cotidianidades. Goffman (3) muestra insistente y brillantemente que lo cotidiano no sólo es tolerable y asimilable etnográficamente, sino que allí, en lo microsociológico, encontraremos unas estructuras sociales y culturales de total relevancia socio-antropológica (4). Y las palabras y los trabajos de Manuel Delgado (5) terminaron de convencerme del valor intrínseco y auténtico de aquello que parecía tan banal, porque es en ese tejido microscópico de la sociabilidad en minúsculas donde se construye la sociedad en mayúsculas. Y con ella, su capacidad de acción y reacción, que no es poca cosa.
2. Metodologías para la ciber-banalidad
Las etnografías en o sobre Internet suelen estar llenas de temas, crónicas y ejemplos que pueden parecer triviales. De hecho, sería extraño que esto no fuera así cuando la gran mayoría de las conversaciones que tienen lugar en un espacio público cibernético son, por encima de todo, triviales. Los chats (6) son un buen ejemplo de esto y del que más y mejor puedo hablar.
La cuestión ahora es de qué manera abordar, metodológicamente hablando, esta rebosante trivialidad. Cómo podemos, como investigadores serios y responsables, lidiar con la manifiesta irreverencia y falta de seriedad de nuestro “objeto” de estudio. O, dicho de otra manera: cómo afrontar que nuestros “indígenas” se rían de nuestras “técnicas”. Para continuar e ilustrar este punto repasaré algunas de mis propias experiencias en técnicas de investigación etnográfica. Lo relevante aquí es observar que en la mayor parte de los casos, los “usuarios” subvertían la lógica, la pauta y la estructura del proceso de investigación (7). Veámoslo:
2. 1. Documentación y aprendizaje tecnológico
El trabajo de campo tuvo un esfuerzo constante de aprendizaje de las cuestiones y parámetros técnicos más exigentes de lo que es un canal de chat. A partir de los primeros meses de observación, la naturaleza tecnológica del espacio e hizo presente, no sólo a nivel contextual o ecológico, sino como tema recurrente de conversación. Por ello, la etnografía se tuvo que apoyar en lecturas y prácticas de tipo técnico. Este esfuerzo debería servir para ayudarme a entender mejor el espacio etnográfico (sintético) y debería, también, darme acceso a determinadas conversaciones y grupos de usuarios de perfil más tecnológico o tecnofílico.
Sin embargo, para mi sorpresa, esta documentación sólo sirvió para alimentar charlas informales donde no se hablaba necesariamente de lo técnico, sino que se utilizaba lo técnico como elemento de distinción de un grupo respecto a los usuarios sin ese conocimiento. Fundamentalmente, este conocimiento experto sólo se manifestaba en forma de humor y, progresivamente, me permitió incorporarme a ese ejercicio grupal de elaboración humorística, pero no me reveló necesariamente grandes verdades etnográficas. Al cabo de un tiempo, esta información y posicionamiento grupal relativo, me sirvió para prestar ayuda a usuarios menos experimentados, cuyo peso dentro de la comunidad y, por ende, dentro de la etnografía, era necesariamente menor.
2.2. Reuniones presenciales
Armado de valor etnográfico y echando de menos la experiencia fisiológica del desplazamiento al ‘campo’, durante buena parte del trabajo de campo desplacé el cuaderno de notas a reuniones presenciales de las distintas salas/comunidades de chat que observaba y en las que participaba regularmente. Estas kedadas, debían suponer una manifestación y un refuerzo efectivo de los lazos sociales que articulaban la base de las pequeñas sociedades que se formaba en cada sala de chat. Las kedadas eran, en teoría, nada menos que la cristalización instantánea, palpable y visible, de una comunidad virtual, ahí es nada.
Sin embargo, retóricas académicas a un lado, la mayoría de estas kedadas manifestaban una insistente ‘normalidad’ y trivialidad. Las personas solían continuar e incluso imitar conversaciones que ya tenían en el ciberespacio, con el mismo componente lúdico y ligero. Con gran frecuencia, las kedadas eran en formato cena, copa y marcha, de modo que el tono de seriedad o de relevancia del encuentro no sólo no aparecía a medida que progresaba, sino al contrario. Las kedadas se quedaban en actividades lúdico-festivas y de ahí, ante la apesadumbrada mirada del etnógrafo, ni aparecían comunidades sólidas, ni nada que sociológicamente se le pareciera.
2.3. Entrevistas personales
Otra de las herramientas más frecuentes del trabajo etnográfico, especialmente en contextos urbanos, es la entrevista personal y directa, acotada espacialmente, para crear un ambiente de confianza, confidencia y fluir de la información. Las entrevistas personales fueron un recurso básico de mi proceso de trabajo de campo, sirviendo de contrapunto a la actividad ciberespacial y también a las kedadas grupales. En realidad, se parecían mucho a las conversaciones en privado que podía mantener con las mismas personas.
Estas entrevistas, sin embargo, no me proporcionaban el esperado ejercicio de reflexividad (la distancia respecto al canal de chat me hacía pensar que se produciría ese ejercicio de objetivación) que, en algunas ocasiones, ya encontraba en conversaciones privadas, donde los usuarios auto-analizaban la relevancia y naturaleza de su actividad social. En cambio, las entrevistas personales, a pesar de mis esfuerzos por dirigirlas, terminaban inevitablemente convirtiéndose en una sucesión de chismes y rumores. Esa distancia respecto al canal de chat y la copresencia no llevaban la conversación hacia temas más serios. Generaban, tal y como esperaba, un entorno de confianza, pero ésta se dedicaba a repasar pistas, proyecciones y rumores sobre otros usuarios del chat. El tono era absolutamente de jovial cotilleo, como si lo mejor que se pudiera hacer al conversar con una persona perteneciente al mismo espacio fuera compartir fuentes e informaciones para darle ‘solidez’ y ‘credibilidad’ vital a las vidas que se proyectaban en el canal de chat. Más allá de las fértiles correlaciones que pudieran establecerse de estas observaciones, lo cierto es que en su momento, durante el trabajo de campo, pensaba que estas entrevistas no estaban dando el resultado esperado. La trivialidad de las conversaciones y mi empeño metodológico no me dejaban ver que, en realidad, estaba captando información etnográfica de primer orden, el primer grado del conocimiento etnográfico.
2.4. Cuestionarios
Otro recurso más de la investigación etnográfica son los cuestionarios. En un trabajo de campo sobre un grupo social geográficamente disperso, este recurso se vuelve imprescindible: el cuestionario me permitiría ampliar el espectro de mis entrevistas y corregir una eventual centralidad de mi propio lugar de residencia, cuando para los grupos sociales que estaba observando, esta centralidad no tenía ninguna relevancia. Además, como descubrí después, el cuestionario, un documento de texto enviado por correo electrónico, permitía a los usuarios un espacio de auto-reflexión interesante. Los cuestionarios siempre iban a usuarios con los que ya tenía contacto y a los que había explicado detalladamente el objetivo de los mismos. Además de la sistematización de las respuestas y de los datos que me aportaba, los cuestionarios contestados debían dar lugar a una conversación posterior, en un chat privado, donde se comentarían las respuestas.
Hasta ahí, la teoría metodológica. La realidad no terminó de ser exactamente así. Tanto el cuestionario como, especialmente, la conversación posterior, tenían un alto componente de mofa sobre el propio rol del usuario y, aún más, sobre mi rol como investigador. Las respuestas a las preguntas, el hecho de poner un cuestionario entre el usuario y el investigador, de repente, alteraba las reglas del juego. El propio cuestionario como producto y su retórica ligeramente académica marcaban nuestra interacción con un hálito extra-ordinario, fuera de lo habitual. El contexto mediático y cultural, que a finales de los ’90 y primeros de esta década, marcaban la práctica del chateo como algo nuevo, raro y un poco peligroso, no era compartido en absoluto por la mayoría de los usuarios, pero estos no eran ajenos a esta corriente cultural. Como consecuencia de ambas cosas (la aparición del bisturí etnográfico en forma de cuestionario y el contexto cultural de ‘novedad’ social del chat), los cuestionarios conducían a menudo a un juego donde se me reclamaba un veredicto inmediato a partir de la lectura del cuestionario, como si fuera un test psicológico que fuera a desvelar cualquier tipo de trastorno de la conducta o la personalidad (como, en cierto modo, proyectaban las noticias de los mass media, que regularmente mostraban casos aberrantes producidos por efecto de Internet).
Así, el cuestionario tenía como consecuencia una puesta en cuestión de mi rol como investigador y la creación de una nueva distancia etnográfica. A la vez, el resultado de esto era la banalización de este rol y del cuestionario, que pasaban a ser tomados en broma. Nuevamente, como en el caso anterior, esta trivialización metodológica me hizo dudar de la seriedad del estudio, perdiéndome, en primera instancia, la fértil información etnográfica implícita en el intercambio que se estaba produciendo.
2.5. Observar y participar
La doctrina etnográfica se resume en un sólo mandamiento etnográfico: observación participante. También esta fue la clave, como no podría ser de otro modo, de mi propia investigación. Observar y participar en un canal de chat, sin embargo, conduce a muchas paradojas sobre el rol del investigador y de la propia investigación que también tienen que ver con la aparente banalidad y falta de trascendencia de lo observado.
Entre los usuarios habituales de las salas de chat que fui observando, su ‘edad’ en el mismo, comparada con cualquier otro ‘lugar’ etnográfico, muy inferior. Probablemente podría cifrarse esta edad media del usuario que se siente o es percibido como parte del grupo social, entre los 6 y los 12 meses, dependiendo de la intensidad de su dedicación y de los ritmos concretos de cada canal. Este hecho provocó que mi rol como investigador-observador-participante, en poco tiempo, quedara diluido. En unos meses, mi presencia no sólo era perfectamente normal dentro de estas salas de chat, sino que mi participación en los espacios públicos era notoria. Como consecuencia de ello, en poco tiempo me encontré alterando mi objeto de estudio, asumiendo roles como operador de algunos de los canales en los que trabajaba (8).
Una primera consecuencia de esto fue que, rápidamente, me convertí en un nativo o en un experto en el espacio, que en lugar de observar y aprender, también se dedicaba a introducir y resolver dudas a usuarios más noveles.
Una segunda consecuencia de esta intensa implicación en algunos canales fue la participación en algunos enfrentamientos que tuvieron por objeto asuntos tan serios como la definición de la naturaleza política de un canal. Sin embargo, esta construcción a posteriori se contrasta con la realidad etnográfica de estos enfrentamientos, que solían materializarse en largas conversaciones de crítica a las otras facciones.
En este contexto, y encontrándome ante un fabuloso caso etnográfico, intenté remarcar mi rol como investigador externo e intenté recopilar toda la información de todas las partes implicadas. Incluso construí un artículo que forma parte de mi investigación, con la promesa explícita hecha a todos los implicados de que les mostraría el artículo una vez redactado.
Esta situación, en la que mi rol como observador podía, al fin, servir para construir algo serio y de una cierta utilidad para la comunidad que estaba observando, me hizo pensar que, finalmente, había encontrado una clave de relevancia para mi etnografía, que permitiría tirar del hilo de cuestiones tan serias como la naturaleza política del canal, las luchas por el poder, la naturaleza carismática del liderazgo del canal o incluso un sistema de retribución simbólica y en forma de prestigio para la dedicación que algunos usuarios ponían en la gestión y administración del canal. Sin embargo, cuando hice público el borrador del artículo, explicando el caso etnográfico en profundidad, nuevamente me encontré con la misma reacción del grupo social: trivialización y banalización. Tan sólo algunas de las personas a las que entrevisté durante el seguimiento de los hechos se preocupó de abrir el archivo, básicamente para intentar descubrir quién era quién, puesto que había puesto otros seudónimos y no los nicks reales de los usuarios (9). En pocos días, el tema se había olvidado y, aparentemente, mi rol había vuelto a ser el de uno más, valorado sólo en tanto que contribuyera a la vitalidad pública del canal, a sus conversaciones efímeras y banales. Nuevamente volvía a comprobar que lo relevante, en aquel espacio, era lo aparentemente banal. Y que lo aparentemente relevante, se convertía indefectiblemente en algo rápidamente banalizable y, por tanto, rápidamente banalizado.
2.6. Registrarlo todo
Cierro este bloque con un último ejemplo que tiene que ver más con las técnicas que con la metodología etnográfica. Una de las ventajas de la etnografía digital es que permite registrarlo todo. Uno de sus mayores inconvenientes es que hace que lo registres todo. La fiabilidad y facilidad con la que pueden llegar a grabarse todas las informaciones sólo es comparable, en ese medio, con la cantidad de información irrelevante que, por esta razón, se puede llegar a acumular. La centralidad del dato, de la información concreta y precisa, de la trascripción etnográfica adquiere en este contexto una nueva dimensión.
En la parte final de mi investigación, azuzado probablemente por la necesidad de datos e informaciones tangibles que sirvieran para reforzar la construcción de la narración etnográfica, recurrí al análisis de textos de conversaciones y a la monitorización de la actividad social en diversos canales. El objetivo prioritario era poder entender y dibujar cuáles eran los ritmos y las pautas de canales distintos, que me permitieran contrastar y comparar con datos lo que estaba percibiendo sólo de un modo intangible.
Construidas las tablas, publicadas las gráficas y reconociendo que dan mucha alegría visual a mis presentaciones, me pregunto hasta qué punto esta sistematización etic de la actividad del chat tenía algún sentido emic.
Lo mismo ocurre con algunos fragmentos enteros de conversación que he reproducido en alguna publicación para intentar mostrar la vivacidad, la hilaridad y el juego de roles que se va produciendo en una sala pública de chat, como elemento crucial para entender su éxito como espacio social (10). Había empezado a intuir la gran significatividad que tenía para los usuarios aquel juego de risas, máscaras y roles. Había comenzado a entender que esa hilaridad y esa banalidad, puestas en su contexto y la información biográfica y performativa que los usuarios acumulaban unos de otros, era lo que daba sentido a gran parte de lo que ocurría allí y era la llave para entender la permanencia y consolidación de la red y el espacio social. Sin embargo, lo estaba haciendo a partir de conversaciones deliberadamente humorísticas, extremadamente irreverentes.
Quise mostrar esto académicamente, reproduciendo estos hallazgos en formato completo. Superé la incomprensión de la editorial al ver que quería copiar una decena de páginas de chat casi en ‘crudo’. Y cuando lo vi publicado, comprendí que al copiar, editar y pegar estas conversaciones en un texto académico, eran extirpadas de su contexto y de toda la información indexical que la hacía etnográficamente pertinente. Al ponerla en un libro, aquella conversación, aquella información, volvía a ser simplemente banal. Perdía su significatividad. Se desencantaba. Ya no tenía gracia. Y volvía a parecer que todo no era más que una largo intento metodológico por reificar y convertir en académicamente descriptibles unas charlas intrascendentes y sociológicamente irrelevantes.
3. La relevancia de lo banal
A pesar de todo lo descrito en el bloque anterior, no conseguía dejar de pensar que la etnografía estaba avanzando por un camino interesante. Probablemente, en este último episodio descrito antes se empezaba a clarificar cuál era exactamente ese camino.
En el intento editorial de plasmar en papel aquella larga conversación que tuvo lugar en un canal de chat y en el desencanto que se produjo al extraerla de su contexto, comprendía por fin el verdadero valor de aquel espacio social de trivialidad insistente y constante. Ahí residía, realmente, su relevancia sociológica. Lo que se estaba escenificando en aquel canal de chat, aquel espacio social inquieto, efímero y burlesco, era la creación de tejido social, la creación de un grupo social, de vínculos comunitarios relevantes. En la sucesión de chistes, burlas, juegos y comentarios banales sobre la actualidad o sobre el medio, se estaba produciendo, en realidad, un proceso constante de aseveración del vínculo y la significatividad social del propio espacio y del propio grupo social, por inestable y cambiante que éste fuera. En cada una de las palabras tecleadas rápidamente, con abreviaturas y faltas de ortografía, que corrían por la pantalla condenadas a desaparecer al cabo de un par de minutos, se encontraban las auténticas partículas atómicas de la sociabilidad. Aquí reside exactamente el valor y la relevancia microsociológica del asunto. Aquella omnipresente banalidad era, de hecho, sinónimo de sociabilidad y, por tanto, el objeto de estudio de cualquier etnografía. También las serias.
La etnografía y el proceso etnográfico está completamente lleno de conversaciones banales e intrascendentes. Probablemente por ello los resultados de la etnografía consiguen, cuando lo consiguen, un acercamiento cualitativo intrínsicamente diferente al de otras ciencias sociales. Y sin embargo, a pesar del gran volumen de trivialidades que llenan el trabajo de campo etnográfico, éstas no acostumbran a formar parte de los tratados antropológicos resultantes. En el proceso de academización, redacción y reificación de la etnografía que conduce a la elaboración de artículos como éste, la auténtica vitalidad de lo banal queda silenciado o, en el mejor de los casos, descontextualizado.
Lo banal, lo cotidianamente insulso, se convierte en una suerte de caja negra de la investigación etnográfica que en pocas ocasiones ve la luz (11). Sin embargo, esta caja negra tiene una importancia fundamental en el proceso de comprensión etnográfica, hasta el punto de ser, quizá, su principal pilar epistemológico.
La etnografía urbana ha conseguido, a lo largo de los últimos años, subrayar la importancia y esquivar parte de los complejos metodológicos de la detallada, y a menudo aparentemente banal, observación microsociologica. En el campo de la etnografía virtual, la presencia de este tipo de materiales y contenidos triviales ha sido aún más claro, quizá porque no ha quedado más remedio que fijarse en lo banal y minúsculo, ante la clara dimensión lúdica de la mayoría de las comunidades virtuales. Los ciber-espacios son, en gran parte, lugares destinados al ocio y las relaciones sociales, por lo que las observaciones etnográficas difícilmente daban con otro tipo de contenidos. Es necesario comprender y asumir este factor a la hora de realizar etnografías virtuales, ya que minimizarlo o no tenerlo en cuenta, ya sea deliberada o inconscientemente, en aras de dar mayor relevancia y solidez a un recuento etnográfico, no hará más que ocultar el auténtico dinamismo y vitalidad social que hacen que ese espacio virtual, en última instancia, exista.
La conversación en minúsculas, el simple charlar intranscendente, sirve como nodo básico de sociabilidad. Probablemente por esta razón, los ciber-espacios y las llamadas comunidades virtuales han sido saludadas y bendecidas desde una determinada manera de pensar la vida pública y el espacio público. Ante la progresiva erosión de los espacios públicos, su pérdida de significatividad social, su profilización, su no-lugarización, su alisamiento… Ante el creciente retroceso que la vida social en los espacios públicos está teniendo en el mundo occidental; a veces poniendo como excusa la regeneración, recuperación y reordenación de determinadas zonas urbanas, a veces en provecho de una sensación de mal entendida seguridad; a veces, simplemente por la creciente domestificación y aislamiento a la que se somete a la vida social… Ante todo ello, algunos pensadores/divulgadores/activistas como Rheingold (12)), ya hace tiempo que vislumbraron los ciber-espacios como una alternativa posible. Terceros espacios, terceros lugares o cualquier otra nomenclatura es válida para proyectar en estos nuevos espacios sintéticos para lo social, la esperanza del reencuentro de las personas con sus congéneres.
Recuperar la plaza, el café, el mercado y la conversación informal, puede ser un camino para recuperar los vínculos de sociabilidad activa de los qué, según parece, nos hemos ido desprendiendo a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. Los ciber-espacios fueron, precisamente, vislumbrados y celebrados como una posible ágora electrónica, pero no porque tuviera, intrínsecamente, mecanismos para un comportamiento más democrático, ético o igualitario. La cuestión es más sutil. Probablemente, muchos nos equivocamos al imaginar que ese ágora electrónica se iba a convertir en esa maravilla política, donde se garantizara técnicamente un acceso igualitario a la voz y el voto. Muchos pensaron –pensamos- que el ágora electrónica era sólo eso.
Ahora debemos comprender que se trata de algo muy importante, pero no por ser un ágora en el sentido político del término, sino por serlo en el sentido social, básico y minúsculo. El ciberespacio no nos lleva a una recuperada ágora ateniense; nos lleva a la plaza del pueblo. No nos lleva a la definición histórica y que ha sido canonizada en la ciencia política, sino a la traducción directa de la palabra ‘agora’. El ‘agora’ como el lugar donde era posible (e inevitable, casi), formar parte de una comunidad articulada. La verdadera dimensión relevante (y política) del ágora electrónica no reside en sus mecanismos de toma de decisión, sino en el hecho de que sirve para establecer los vínculos básicos, a través de conversaciones banales e intranscendentes, que pueden hacer posible, llegado el momento, su comportamiento como grupo social. El ágora electrónica no es un mecanismo para la política, sino para la sociabilidad y, por tanto, para la sociedad. Sin sociabilidad no hay sociedad. Y sin sociedad, no hay política. He aquí la tremenda relevancia de esas conversaciones banales.
Así pues, la etnografía virtual o la etnografía que trabaja en ciber-espacios necesita poner énfasis en la observación detallada sobre lo minúsculo y aparentemente irrelevante. Porque lo cibersocial tiene un altísimo componente de banalidad, trivialidad, cotidianidad, que hace que sus manifestaciones sean pequeñas y efímeras, pero, paradójicamente, irreemplazables e imprescindibles para que se produzca sociedad. Porque, como etnográfos virtuales, nuestro objeto de estudio, tiene su razón de ser (y su razón de éxito), precisamente, en lo microsociológico, en su tremenda capacidad para crear y mantener relaciones sociales, ya sea de modo privado o en espacios públicos.
En todas y cada una de esas conversaciones vacías y sin dirección, entrecortadas e intranscendentes, se manifiestan las partículas atómicas de lo social. En un contexto vital, urbano, laboral, mediático, familiar y político donde cada vez resulta más difícil encontrar lugares donde hablar por hablar, con conocidos y desconocidos, sin que la situación pueda ser percibida como anómala o incluso peligrosa, esto tiene un valor aún más importante. La red social en estado latente, la comunidad agazapada, la sociedad entendida como algo más que la concatenación de individuos entre sus respectivas e hipotecadas paredes, necesitan, para existir, de esas partículas atómicas de lo social. Necesitan de los contactos imprevistos, de las charlas de fondo, de las conversaciones sin contenido, de todo aquello que, como en una conversación, nos asegura que el canal de comunicación sigue abierto, está operativo. Probablemente éste sea uno de los factores de éxito y de relevancia sociológica de los espacios cibersociales. La etnografía no sólo no puede ignorarlo, perdiéndose a la búsqueda de palabras mayores y grandes temas. Al contrario: la metodología etnográfica es la que está mejor preparada para entender la relevancia de ese torrente de sociabilidad minúscula. Aprovechémoslo, comprendiendo y practicando una etnografía virtual de lo banal, porque ahí reside realmente lo mayúsculo de nuestro objeto de estudio.
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Notas
[1] De hecho, cabría decir que la característica sintética, a lo que es lo mismo, artificial, del ciberespacio, lo convierte necesariamente en un espacio social/cultural. Su misma producción es cultural y su existencia es y sólo puede ser social (esta argumentación se desarrolla en más detalle en Mayans, 2003).
[2] Sobra cualquier explicación sobre la importancia fundamental de la Escuela de Chicago a la hora de urbanizar y actualizar el objeto, los métodos y la pertinencia de la investigación socioantropológica. Tal y como muestra Hannerz (1993), la influencia de trabajos de base etnográfica como los de Nels Anderson en 1923 sobre los Hobo (1961), o de Frederic Thrasher en 1927, con The Gang (1963) es fundamental para la práctica etnográfia contemporánea.
[3] La observación microsociológica que pone en práctica Erving Goffman es, en todos los aspectos, crucial para la etnografía virtual. Sus obras de campo (por ejemplo, 1959, 1963 o 1994 (1961)) , son el mejor ejemplo de la relevancia que puede llegar a asumir lo minúsculo en el análisis social. A partir de los átomos de comportamiento y sociabilidad, Goffman consigue proyectar el funcionamiento de la sociedad occidental, fundamentalmente la norteamericana, en el contexto urbano contemporáneo.
[4] Me salto aquí, como es evidente, algunos de los pasos y fases prescriptivos a la hora de hablar de las corrientes que fueron progresivamente poniendo en liza lo ‘banal’ en la reflexión socio-antropológica. No es este el lugar para trazar todo el recorrido aunque esté sembrado de nombres como Edmund Husserl o, de manera especial, la escuela etnometodológica (Garfinkel, 1967).
[5] Las enseñanzas, la lucidez y la insistencia de Manuel Delgado (1999 y 2002) por mostrar el valor sociológico indiscutibe de lo aparentemente banal es, desde luego, la clave de todo este documento y de buena parte de mi propia investigación etnográfica y producción académica.
[6] Para un trabajo etnográfico descriptivo y antropológico sobre chats, puede verse Mayans (2002). Es sólo uno de los numerosos materiales que se han ido produciendo durante los últimos años sobre chats y desde un punto de partida decididamente etnográfico pero es, sin duda, el que mejor conozco.
[7] Estructura que, por otro lado, es una evidente estructura de poder que la etrnografía ha usado –consciente o inconscientemente; voluntaria o involuntariamente- y que, en el entorno cibersocial, por varias razones, no termina de “funcionar”.
[8] Los canales de chat del sistema IRC se administran de forma ‘local’, por parte de una categoría de usuarios llamados “operadores”. Los operadores tienen una estructura jerarquizada que les permite diferentes tipos de acciones relacionadas directamente con la administración cotidiana de la sala. Sin embargo, esta razón instrumental tiene también un altísimo contenido simbólico y la categoría de operador de un canal es una forma de prestigio, mayor cuánto más multitudinaria es la sala de chat.
[9] El nick o nickname es el nombre del personaje en un canal de chat. Resulta curioso en este caso que tuviera que poner seudónimos inventados para ocultar los seudónimos reales de los usuarios. La privacidad de la persona, en un contexto como este, se traslada a la de su personaje, que de este modo adquiere una dimensión ‘sacra’, en el sentido que Goffman atribuye a la persona y su ‘rostro’ en plena interacción social (Goffman, 1967).
[10] Véase, en concreto: Mayans, 2002, 170-189.
[11] A pesar de todo, considero que son más que loables los intentos de visibilización de lo humano y lo banal del proceso etnográfico que se producen durante los años de apogeo del llamado postmodernismo. La apertura de los Diarios de Malinowski (1979), los paseos aparentemente erráticos de Augé (1987) e incluso los devaneos hormonales de Rabinow (1992) no son ningún atentado a la sacrosanta disciplina, sino una manera de subrayar la verdadera importancia del contacto inmediato, cotidiano y minúsculo en el proceso etnográfico. Son factores irreemplazables.
[12] Más que a Howard Rheingold (1994), aquí hay que referirse a su fuente en esta argumentación, Ray Oldenburg (1991).
Referencia original:
MAYANS PLANELLS, Joan, 2006, “Etnografía virtual, etnografía banal. La relevancia de lo intranscendente en la investigación y la comprensión de lo cibersocial“, en Coneixement Obert, Societat Lliure. Actes del III Congrés ONLINE de l’Observatori per a la CiberSocietat, publicado originalmente en: http://www.cibersociedad.net/congres2006/gts/comunicacio.php?&id=772. Se recupera para integrarse en este blog desde el artículo original que aún aparece en la maravillosa Wayback Machine de Archive.org.