Un tema recurrente a la hora de abordar el fenómeno de las redes ciudadanas es el de las diversas posibilidades de gestión y dirección de las mismas. Las dos posturas más frecuentes al respecto de esto son:

(a) redes ciudadanas que dependen de las instituciones o administraciones “formales”, y

(b) redes ciudadanas que dependen directamente y se inscriben dentro de los llamados movimientos sociales y vecinales de base.

Una toma de posición respecto de esta dicotomía implica plantear la cuestión implícita de la responsabilidad en la gestión del conocimiento. ¿Son las redes ciudadanas estructuras piramidales con un vértice institucional que “gestiona” el saber y la productividad de una comunidad? ¿O se trata de un entramado horizontal, políticamente autónomo y en constante cambio, mediante el cual esta comunidad puede conocer y transformar su realidad?

Para ahondar en esta última definición, que supone una mayor legitimación de las iniciativas comunitarias, en el presente artículo consideraremos que un elemento fundamental a la hora de comprender las dinámicas propias de las redes ciudadanas es la producción, trasformación e intercambio de conocimiento que se da en su seno.

Ello nos brinda la oportunidad de arrojar sobre ellas una mirada que va más allá de cuestiones organizativas o administrativas o, mejor dicho, que valora estas cuestiones a la luz de las interacciones y no como algo prioritario. El planteamiento que se deriva de esto supone que en una red lo más importante es el colectivo que a través de ella se articula y que es el que debe determinar la gestión y la estructura técnica, no al revés. Así, lo que sea que la red es, sólo lo es en tanto que red, en tanto que todo complejo, y no en virtud de ninguna de sus partes, sean éstas individuos, máquinas o instituciones que le den más o menos apoyo. En este contexto, además, resulta importante articular la relación entre la noción de información y la de conocimiento, que es clave para comprender cómo una red puede pasar de ser un mero canal de transmisión de datos a un lugar de producción y transformación colectiva de saberes.

Somos conscientes de que no sólo las redes ciudadanas no son el único lugar en que podemos localizar estas dinámicas, sino que probablemente ni siquiera es el primero en el que se piensa a la hora de tratar la cuestión de la producción e intercambio de conocimiento (mucho más cerca parecen quedar las redes académicas o de comunidades de interés). De hecho, contemplar las redes ciudadanas desde esta perspectiva supone cuestionar las nociones tradicionales de saber y conocimiento y, tal vez más importante en el caso que nos ocupa, quiénes son sus productores legítimos. Evidentemente, también hablamos de política.

 

Información y conocimiento en la sociedad contemporánea

Estamos acostumbrados a qué diversos discursos institucionales, políticos y mediáticos en general nos sitúen en una llamada Sociedad de la Información o del Conocimiento, de un modo lamentablemente acrítico. Con todo lo que se podría discutir, la pertinencia de ambos términos como periodización totalizadora de una realidad por demás diversa y llena de brechas no sólo digitales (la sociedad de la información, en caso de existir, no significa lo mismo para todos, no sirve igual a todo el mundo y, por supuesto, no es un beneficio universal), parece que podríamos convenir, de momento, que tanto la información como el conocimiento son bienes cada vez más preciados alrededor de los cuales se articulan organizaciones de todo tipo.

Por otro lado, vemos también una transformación en los modos de conocimiento considerados más adecuados para el contexto en que nos encontramos. Si antes se fomentaba un saber relativamente estático, enciclopédico y marcadamente disciplinar, ahora vemos cómo se aboga por la flexibilidad, por la capacidad de gestionar más que memorizar la ingente cantidad de información a la que podemos acceder, y por la necesidad de “aprender a aprender”.

Teniendo en cuenta este marco, se hace necesaria una reflexión pausada sobre lo que entendemos por información y conocimiento, puesto que no son conceptos intercambiables. Si bien parece existir un cierto acuerdo en que la información son datos “en bruto” y el conocimiento es la información contextualizada o puesta en práctica, lo que nunca se problematiza es cómo “aparecen” esos datos. La información no surge de la nada puesto que antes de que la encontremos, fluyendo por los canales sin rozamiento aparente que constituyen la red, ha debido formalizársela de algún modo y siguiendo determinados criterios, nunca vacíos de ideología. En consecuencia no existen “datos en bruto” sino elaboraciones de realidades complejas que dan como resultado determinada formalización, que nunca es la única versión posible.

En lo que respecta al conocimiento, tal vez deberíamos preguntarnos si realmente consiste sólo en dar uso a determinada información a la que hemos tenido acceso de algún modo, o si se trata del resultado de un proceso a la vez más vivencial y político de lo que se suele reconocer. Recuperar la dimensión ideológica del conocimiento es parte fundamental del razonamiento que nos permite relacionarlo no sólo con redes ciudadanas sino con cualquier otro colectivo o institución. Seguir obviando esta dimensión ideológica y posicionadora resulta atribuirle, inevitablemente, una determinada carga ideológica ‘oculta’ que nos situa dentro de un discurso más o menos positivista dentro del cual el conocimiento es algo semi-mágico que existe “ahí fuera” y que puede almacenarse limpiamente y sin implicación alguna de lo sociopolítico.

Las instituciones dedicadas tradicionalmente a la producción y transmisión del conocimiento han experimentado profundos cambios. No se trata únicamente de que las instituciones educativas se descentralicen físicamente y desarrollen cada vez más programas online, sino que además, paralelamente, otras organizaciones van siendo reconocidas como “productoras” legítimas de conocimiento.

En parte a causa del cuestionamiento ideológico de que han sido objeto las universidades y la enseñanza tradicional en su conjunto, y en parte a causa de la emergencia de movimientos sociales activos en su voluntad de redefinir las condiciones del juego social, estamos asistiendo a la aparición de nuevas centralidades de producción de conocimiento. Nuevos nodos, nuevos polos alrededor de los cuales se pueden construir redes de creación/gestión/administración de conocimiento. El aprendizaje en el tiempo libre, la posibilidad de aprender entre iguales, la autolegitimación obtenida mediante la implicación directa con la realidad que se quiere conocer, todas son formas de cuestionar la hegemonía académica. No obstante, hay que tener en cuenta que ya en algunos lugares de la propia Academia, especialmente en las ciencias sociales, se había empezado a considerar la necesidad de reconocer la capacidad de los actores sociales para producir conocimiento, especialmente el relacionado con su propia realidad.

 

Las redes ciudadanas y el cuestionamiento de la división del trabajo intelectual

Esta nueva configuración hace que pensar en términos de redes parezca especialmente adecuado. Frente a la idea de think tank, monolítica, cerrada y bastante agresiva, la idea de red incorpora aspectos de descentralización, flexibilización de las relaciones y multiplicidad de trayectos posibles.

Esto es así para cualquier red, académica o no, pero en el caso de las redes ciudadanas, se suma el hecho de que quienes las integran proceden de los campos más diversos; algunos provendrán del mundo de la Academia (el que suele gozar de la legitimidad social en materias de conocimiento), pero otros serán amas de casa, organizadores vecinales, pensionistas o comerciantes; ciudadanos y ciudadanas, en definitiva, que encuentran su rol participativo en tanto que tales, y no en función de atribuciones académicas o profesionales concretas. Sin embargo, el conocimiento es la base de su propia existencia como colectivo y su intercambio su razón de ser: conocerse entre sí, conocer a otros, aprender y transformar la propia realidad. Efectivamente, las redes ciudadanas suelen definirse como una red telemática en la que el acento se pone por un lado en la comunicación, la cooperación, los intercambios, la organización de una comunidad local y, por otro, en el acceso a las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC) a todos los ciudadanos y ciudadanas. Lo que se enfatiza es la posibilidad de facilitar a un colectivo, de límites nunca establecidos rígidamente, los medios para llevar a cabo sus proyectos e intercambiar a información y el conocimiento necesarios para ello.

Hay que tener en cuenta, sin embargo, cuáles son las características específicas de estas TIC, puesto que en ellas encontraremos, seguramente, muchas claves de porqué son singulares las redes (electrónicas) ciudadanas y qué hay de político en ellas: a diferencia de otras revoluciones tecnológicas, lo que estas nuevas tecnologías tienen como materia prima sobre la que actuar algo tan impreciso, maleable y ubicuo como la información. Estamos ante unas tecnologías que no se caracterizan por producir o fabricar algo concreto, como podrían ser las tecnologías propias de la revolución industrial. Que la máquina de vapor o el telar mecánico fueran importantes para la sociedad no significa que fueran apropiadas o apropiables por ésta. Al contrario: su efecto sobre ésta es producto de una reorganización que va de lo económico-productivo a lo social.

Sin embargo, estas tecnologías de la información actúan directamente sobre algo directa e inequívocamente social. Tres aspectos importantes de este hecho pueden describirse, brevemente, así:

  1. La revolución que protagonizan los ordenadores personales no es casual ni es la única forma en que podía materializarse la tecnología informática. La misma tecnología podría, perfectamente, haberse aplicado tan sólo a las fábricas, las élites o los ámbitos puramente laborales. No obstante, se trata de una máquina doméstica, de uso individual, relativamente asequible en cuanto a costo, que intenta presentarse como fácilmente utilizable por cualquiera. Este hecho, que tendemos a considerar natural es, en realidad, un factor clave para entender qué tipo de impacto social tienen las nuevas tecnologías. A diferencia de otros grandes inventos que requerían de ingenieros o técnicos especializados para operarlos, las tecnologías informáticas han evolucionado hacia un perfil de uso progresivo que parte de niveles de exigencia relativamente bajos. Las interfaces gráficas, los mecanismos de uso y control guiados por criterios metafóricos, asociativos, superficiales, etc., convierten al ordenador personal en un electrodoméstico, lo que resulta muy importante para entender cómo actúan sobre (dentro) de la sociedad. Por supuesto, esta evolución no tiene nada, tampoco, de casual, y se enmarca dentro de unos determinados intereses comerciales e incluso políticos.
  2. La información es el elemento central y el factor clave para comprender qué hacen y cómo lo hacen estos electrodomésticos-ordenadores. Juegos, aplicaciones, instrumentos de un tipo u otro… todo lo que hay en un ordenador se reduce a un factor común: información. Información personalizada, personalizable y personal. El ordenador, así, se convierte en algo que forma parte de la persona, que lo ciborgiza convirtiéndose, de hecho, en algo realmente similar a lo que los pioneros de Internet y la informática social vislumbraron: una herramienta para la ampliación del intelecto. Si interpretamos esta afirmación del modo correcto, entenderemos que lo que hay en un ordenador, en definitiva, es una máquina de procesamiento, clasificación, creación, administración y publicación de información.
  3. Todo esto, puesto en clave de red, al convertirse en algo que puede ser compartido, experimenta un salto cuántico: estamos ante un tipo de tecnología interconectable e interconectada. Lo que esto significa es que todo lo que tienen de singular los ordenadores como herramientas personales de información estalla al ser puesto sobre el terreno, al convertirse en red. Toda la información que pueda resultar objeto de los procesos de clasificación, creación, recreación, administración y publicación a que nos referíamos antes, al integrarse dentro de un esquema reticular, construye algo sustancialmente nuevo. La información puesta en movimiento, vectorizada, contextualizada y radicamente humana y personal, toma el perfil de conocimiento dentro de una red.

Afirmar que las redes ciudadanas constituyen un enclave de producción de saber significativo para sus integrantes no supone deslegitimar instituciones tradicionales como las universitarias. Por el contrario, se abren posibilidades de colaboración potencialmente beneficiosas para ambas puesto que el conocimiento disciplinar propio de la Academia aportaría el fruto de una reflexión pausada que a veces no es posible en el seno de la acción comunitaria.

De este modo se podría cuestionar la división del trabajo intelectual tal como la conocemos y que postula la separación rigurosa entre productores, difusores y consumidores. Las redes facilitan estos intercambios siempre que se construyan respetando la descentralización y la desjerarquización, esto es, la autonomía relativa de los integrantes y la igualdad de posibilidades de decisión y acción en su seno.

Además, la misma estructura reticular de redes como las ciudadanas -valga la redundancia- supone, si reflexionamos sobre ello, una interesante experiencia social en la que los parámetros definidores habituales de la sociedad del consumo en que vivimos resultan alterados de un modo significativo: si lo que la ciudadanía “hace” con el conocimiento no es sólo “consumirlo” sino producirlo de un modo difuso, colectivo y colaborativo, la misma noción de consumo capitalista (un consumo que consume, es decir, destructivo, individual, dentro de los límites y reglas de juego del mercado capitalista) se transforma en una fórmula de consumo-y-uso, consumo-y-cambio, consumo-y-producción, claramente diferenciada de la anterior.

Redes y redes: un final para la reflexión

No queremos, sin embargo, ser tan inocentemente optimistas: las posibilidades que se abren desde esta perspectiva hacen necesario extremar la prudencia y no dar por hecho que se trata de un proceso automático. Compartir el conocimiento que emerge de la experiencia única de una comunidad supone también el riesgo de alienarla de su producto más valioso.

Conviene no dar por sentado que el mero flujo de información es beneficioso en sí mismo, independientemente de la finalidad y la forma del intercambio. Esto es precisamente lo que discursos políticos y mediáticos habituales suelen hacer al anunciar y celebrar los fastos del advenimiento de la Nueva Sociedad del Conocimiento sin advertir -a veces sin siquiera pensar- quiénes son los protagonistas principales de esa Nueva Sociedad a la qué dan la bienvenida. ¿Se trata de una nueva versión de la sociedad del consumo y del espectáculo, unidireccional e ingenuamente feliz? ¿O se trata realmente de un nuevo modo -o como mínimo un nuevo matiz- de organización social protagonizado por la sociedad de un modo amplio, y no sólo por sus élites económicas y políticas?

El vocabulario propio de determinadas instancias políticas y administrativas nos sitúa, de hecho, en un discurso donde la llamada Sociedad del Conocimiento está llegando sola, por sí misma, sin más ayuda que la de las empresas que fabrican nuevas máquinas y la de los gobiernos que compran algunas de estas máquinas, las ponen a disposición del pueblo y titulan tal gesta con rimbombantes y atractivos nombres tan electoralistas como vacíos. Estos discursos, plagados de términos como sinergia, flexibilidad, gestión, conectividad, flujos o nodos, constituyen una eficaz herramienta discursiva del nuevo capitalismo transnacional, que precisa de regímenes de acumulación flexibles, teletrabajadores desterritorializados y desmovilizados políticamente y consumidores individualizados, “customizados” y también móviles. El capitalismo ya es en red y se vale de ella, que ahora ya no es algo ajeno sino su propia estructura, para desarrollar sus dinámicas.

Creemos que contra esta retórica de la eficacia y de las sinergias mágicas debemos oponer una repolitización consciente de la producción intelectual y una revitalización de la acción ciudadana autónoma. Y para ello las redes son, también, nuestra herramienta más eficaz.

 


 

Referencia original:

MAYANS PLANELLS Joan & SÁNCHEZ DE SERDIO, Aida, 2003, “Redes Ciudadanas y Nuevas Centralidades en la Producción de Conocimiento”. Revista Electrónica NOVEDADES-ICTnet v.2.0, números 135 y 136 (Mayo 2003) [http://www.ictnet.es/novedades]. Publicado originalmente en el ARCHIVO del Observatorio para la CiberSociedad en http://www.cibersociedad.net/archivo/articulo.php?art=33. Se recupera para integrarse en este blog desde el artículo original que aún aparece en la maravillosa Wayback Machine de Archive.org.